lunes, 13 de septiembre de 2010

Cabeza de turco

“Ah, ¿tú eres funcionario? ¡Anda que no vivís bien!” Esta es una de las reacciones más comunes que se suele dar en una conversación cuando sale a la luz que uno está empleado al servicio de la administración pública. Otras reacciones incluyen, por ejemplo, diversas conjugaciones del verbo tocar acompañadas de diversos vocablos vulgares referidos a los testículos. No voy a negar que hoy en día, pringados de mierda hasta las cejas en esta crisis social y económica, los funcionarios somos especímenes afortunados por contar con un empleo seguro, pero eso sí: me resisto a ser estigmatizado por haberme ganado con el sudor de mi frente un puesto en la función pública que, por otro lado, está al alcance de cualquiera que haya superado el antiguo BUP o ese engendro de la enseñanza actual bien llamado ESO. ¿Saben qué? Resulta harto curioso que reacciones como las arriba mencionadas a menudo provienen de gente que hasta hace bien poco vivía muy feliz abandonando el sistema educativo cuando les salía de sus países bajos para trabajar cobrando buena parte de su salario bajo cuerda y así no tener que declararlo a la Hacienda Pública y comer perdices estafando al Estado, dejando en manos de otros (llamémosles, por ejemplo, funcionarios) la responsabilidad y el peso de inyectar liquidez en las arcas de ese país llamado España del que tantos se sienten orgullosos pero por el que unos poquitos menos están dispuestos a hacer esfuerzos, sobre todo si esos esfuerzos afectan a sus cuentas corrientes…

Resulta cruelmente divertido, o mejor dicho, cruel a secas, que después de que el gobierno anunciase que iba a congelar el sueldo de los funcionarios durante dos años hubiera gente que se jactase de sentenciar que nos dieran por donde la espalda pierde su casto nombre. O lo que es lo mismo: mal de muchos, que nos den por culo a todos. A saber cuántos de esos cabrones hacían y hacen perder dinero al Estado (que no sé si ustedes se han dado cuenta, pero somos todos) defraudando a Hacienda mientras piden cabezas de turco a voz en grito. Pero eso sí, no se equivoquen, amigos míos, que los funcionarios, además de tocarnos los cojones a dos manos, conseguimos, entre otras muchas cosas y con sueldo congelado incluido, que la sanidad pública tenga dinero para que todos ustedes (incluidos los que no han cotizado ni un puto día en la Seguridad Social y los amantes del dinero negro) puedan ir al médico a curarse una faringitis, a conseguir medicamentos a mitad de precio por la patilla, a operarse de apendicitis o, como nos pongamos muy tontos, a cambiarse de sexo por estar encerrados en el cuerpo de no sé quién.

Por cierto, se me olvidaba una nimiedad: ¿saben que el término funcionario no es siempre sinónimo de trabajador de la función pública que, además de ser un privilegiado que goza de un empleo de por vida, se toca los cojones en horas de trabajo sabiendo que de su puesto no le echan ni con agua hirviendo? También existen funcionarios que realizan su trabajo con responsabilidad y eficiencia, como todos esos profesores y maestros que se llevan trabajo a casa y no salen a la calle los domingos por la tarde corrigiendo redacciones o exámenes. Yo no sólo los conozco, sino que además soy uno de ellos. Pero no piensen que todo se queda ahí, porque yo soy muchas otras cosas: soy un profesor ambulante que ha trabajado en cuatro escuelas en tres años; soy un nómada que ha renunciado a la compañía de su familia y amigos por ganarse la vida en pueblos de los que muchos sólo han oído hablar y no sabrían ni localizar en el mapa de Andalucía; soy un exiliado que se ha sentido nostálgico y melancólico cenando solo en casa sentado en sillones sin cojines; soy un polizón que hace amigos en septiembre y se despide hasta otra en julio; soy un viajero especializado en hacer y deshacer maletas y que no tiene más casa que la que se lleva a cuestas. Soy un opositor que se la juega cada dos años con la esperanza de conseguir algún día un futuro estable. Soy algo que nunca olvido y espero que ustedes tampoco: un miembro de la clase obrera que intenta vivir su vida lo mejor posible. Como la mayoría de ustedes. Como aquellos que se jactaron de sentenciar que me dieran por donde la espalda pierde su casto nombre.